Muchos expertos en educación temen que la pandemia del COVID-19 haya provocado un daño incalculable a las perspectivas educativas

Uno de los ejes centrales de la semana previa a la apertura del nuevo periodo de sesiones de la Asamblea General es un evento que pretende llamar la atención sobre la crisis mundial que afecta al aprendizaje y buscar soluciones para adaptar la enseñanza al siglo XXI. En vísperas del evento, Noticias ONU habló con Leonardo Garnier, el asesor especial encargado de que la Cumbre para la Transformación de la Educación sea un éxito.

Muchos expertos en educación temen que la pandemia del COVID-19 haya provocado un daño incalculable a las perspectivas educativas de los niños de todo el mundo, una situación agravada por los problemas previos de caída del nivel de la enseñanza, con millones de niños recibiendo una educación mínima, inadecuada o simplemente sin recibir ningún tipo de alfabetización.

En los días previos a la Cumbre para la Transformación de la Educación, que se celebra en la sede de la Organización en Nueva York del 16 al 19 de septiembre, Noticias ONU habló con Leonardo Garnier, académico y ex ministro de educación de Costa Rica y asesor especial para la Cumbre. Garnier explicó los motivos por los que no funcionaría un retorno a los viejos métodos educativos, y cómo la ONU puede contribuir a aportar nuevas ideas a las aulas para elevar el nivel de enseñanza de los niños de todo el mundo.

Leonardo Garnier, asesor especial de la Cumbre para la Transformación de la Educación

Marco Bassano Leonardo Garnier, asesor especial de la Cumbre para la Transformación de la Educación

La ONU se enfrenta actualmente a una multitud de problemas geopolíticos de gran calado como la crisis climática, la pandemia del COVID-19 y la guerra en Ucrania. ¿Por qué se ha elegido la educación como tema clave este año?

Es precisamente el momento adecuado para hacerlo, porque cuando hay una desaceleración económica, lo que suele ocurrir es que la educación queda relegada y deja de ser una prioridad. Los gobiernos necesitan dinero y dejan de gastar en enseñanza.

El problema es que el daño que causa esta situación sólo aparece varios años después. Si tomamos como ejemplo la crisis educativa de la década de los ochenta, la pérdida por la falta de inversión educativa solo se empezó a visualizar durante las dos siguientes décadas.

Millones de niños se quedaron sin escolarizar por culpa de la pandemia, pero también sacó a la luz lo que había estado ocurriendo durante años, ya que muchos de ellos no estaban aprendiendo de forma adecuada.

Una familia sentada en su casa, situada en un asentamiento informal para desplazados internos en Kabul, Afganistán.
UNICEF/Veronica Houser Una familia sentada en su casa, situada en un asentamiento informal para desplazados internos en Kabul, Afganistán.

 Háblenos de la crisis educativa de los años 80. ¿Qué ocurrió y cuáles fueron las consecuencias?

Lo que se vio en muchas partes del mundo fue la estanflación – una situación de estancamiento económico, con aumento del paro y de la inflación -y una enorme reducción de los presupuestos de educación. Disminuyeron las cifras de matriculación, se redujo el número de profesores y muchos niños se quedaron sin educación, sobre todo en la enseñanza secundaria.

Y eso provocó que en muchos países sólo terminase la escuela primaria alrededor de la mitad de la población activa. Cuando se observa el aumento de la pobreza y de la desigualdad en muchos países, es muy difícil no relacionarlo con la reducción de las oportunidades educativas de los años ochenta y noventa.

 ¿Cree que la situación actual va a conducir a una potencial repetición de esa situación?

Podría ocurrir. Entre 2000 y 2018 aumentaron las cifras de escolarización y la inversión educativa en la mayoría de los países. A partir de entonces, los presupuestos educativos empezaron a reducirse, y luego llegó la pandemia.

Y, tras su inicio, tuvimos dos años de parálisis educativa que coincidió con una crisis económica. Así que efectivamente, existe el riesgo de que, en lugar de recuperarnos de la pandemia, nos encontremos en una situación aún peor que la que teníamos en 2019.

Lo que dice el Secretario General de la ONU es que tenemos que proteger la educación de este gran revés, y recuperar lo que se perdió durante la pandemia. Pero en realidad tenemos que ir más allá.

Con el Objetivo de Desarrollo Sostenible número cuatro, que busca garantizar una educación inclusiva y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos, la ONU y la comunidad mundial se han fijado metas muy ambiciosas.

Se puede pensar que todo el mundo debería tener derecho a la educación, pero si seguimos haciendo las cosas como se hacían antes de la pandemia, no lo conseguiremos.

En la Cumbre para la Transformación de la Educación queremos enviar el mensaje de que, si realmente queremos que todos los jóvenes de este planeta tengan derecho a una educación de calidad, tenemos que hacer las cosas de forma diferente. Tenemos que transformar las escuelas, el modo de enseñanza de los profesores, la forma en que utilizamos los recursos digitales y cómo financiamos la educación.

 ¿Cuál es su visión de un sistema educativo adaptado al siglo XXI?

Está relacionada con el contenido, con lo que enseñamos y la relevancia de la educación. Por un lado, necesitamos los elementos fundamentales de la educación -la alfabetización, la aritmética, el pensamiento científico-, pero también necesitamos lo que algunos han llamado las habilidades del siglo XXI: capacidades sociales, competencias para resolver problemas.

Los profesores tienen que transmitir conocimientos despertando la curiosidad, ayudando a los alumnos a resolver problemas y guiando a los estudiantes en el proceso de aprendizaje. Pero, para ello, necesitan una mejor formación, mejores condiciones de trabajo y mejores salarios, ya que en muchos países la remuneración de los profesores es muy baja.

Tienen que entender que su autoridad no proviene simplemente de tener más información que sus alumnos, sino de su experiencia y capacidad para dirigir el proceso de aprendizaje.

En cualquier actividad laboral, la productividad depende en parte de las herramientas que utilizamos. Cuando hablamos de educación, ¡hemos estado usando las mismas durante unos 400 años! Con la revolución digital, los profesores y los alumnos podrían tener acceso a medios mucho más creativos para la enseñanza y el aprendizaje.

En la Cumbre, decimos que los recursos digitales son lo que los economistas definen como un típico bien común: su producción requiere una gran inversión y no son baratos, pero una vez fabricados, todo el mundo podría utilizarlos.

Queremos que los recursos digitales de aprendizaje se transformen en bienes públicos, de modo que cada país pueda compartir sus propios recursos con otros países. Por ejemplo, los profesores de Argentina podrían compartir contenidos con los de España. Egipto tiene un precioso proyecto de educación digital que podría compartirse con muchos otros países árabes.

El potencial está ahí, pero tenemos que reunir todos los elementos en una alianza para los recursos de aprendizaje digital. Esta es otra de las cosas que pedimos en la Cumbre.

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